General Francisco Villa - Los tremendos gavilanes
Esta es una cancion de esas que me llegan al corazon, se podria decir que es mi "corrido villista preferido"
Francisco Villa nació en Durango
Francisco Villa murió en parral
su nombre fue Doroteo Arango
que es para mi gloria nacional
entre su gente no hay otro bando
sólo el de Villa mi general
formó la gran división del norte
peleo con gallos como Obregón
entro a Columbus sin pasaporte
pa’ hacer justicia con la razón
de los tiranos era el azote
así era Villa en revolución
era terrible con los traidores
pero fue noble de corazón
por Dios que a punto de tiradores
Francisco Villa. les dio el perdón
y lo agarraron sus malechores
en Tlaltelolco estuvo en prisión
cuando ordenaba sus muchachitos
frente a la línea del pelotón
ya sus dorados estaban listos
siempre atacando con desición
que muera Huerta fueron sus gritos
traidor ingrato de mi nación
al grito firmes de pancho villa
del pueblo ansiaba su libertad
mientras Lozoyano lo acribilla
le deja luto a la humanidad
aquellos tiros de la fajilla
fueron desgracia
fueron maldad
Francisco Villa murió a balazos
Francisco Villa murió esa vez
pero en su gloria y en sus fracasos
fue de la patria gran interés
Sal Albarraza siguió sus pasos
y fue en el año del 23.
Pancho Villa sí conquistó Columbus - Ficciones de la revolucion Mexicana.
La División del Norte estaba en su mejor momento. Éramos tres mil. O quizá cuatro mil, o cinco mil, porque nunca nos habíamos contado bien, pero más o menos por ahí andaba la cantidad. En cualquier pueblo o pueblucho que pisábamos, siempre había un montón, o un montoncito, de gente que se nos quería unir. Hombres, mujeres, y hasta algunos chavalos, no faltaban los chavalos. Por eso, porque se sabía jefe de un enorme ejército –de lo más variado, por lo demás–, desde fines de enero, Villa planeó la invasión a Estados Unidos por el rumbo de Ojinaga, pero era tanta la gente que todavía se nos quería unir al proyecto, que prefirió posponerlo un par de meses. Mientras más fuera el montón de guerrilleros mexicanos que se metiera a los Estados Unidos, mejor, ¿no? Por eso luego, ya que éramos un titipuchal, fue en Palomas, pequeña ciudad fronteriza a unos cuantos kilómetros de Columbus, donde Villa nos hizo saber su decisión.
Esa tarde del ocho de marzo de aquel mil novecientos dieciséis, nos habló como yo no lo había oído, con una inspiración que le quebraba la voz y lo obligaba a detenerse a cada momento por la cantidad de lágrimas que derramaba. Nos juntó en la falda de un monte, y él se puso en el lugar más alto para que todos lo oyéramos bien y no nos quedara lugar a dudas de lo que decía. El sol pareció también pasmarse en lo alto y se levantó una brisa que puso a chasquear los huizaches y las nopaleras.
–Muchachos, ora sí llegó el mero momento bueno en que se decidirá el futuro de nuestra amada patria, y a ustedes y a mí nos tocó la suerte de jugarlo. ¡Vamos pues a jugarlo valientemente! Ya aquí, ni modo de rajarnos. Nuestro resto a una carta, como los hombres que traen bien fajados los pantalones para apostar. O lo ganamos todo o lo perdemos todo, total. En esta frontera de Palomas está la raya mágica que nos separa de la gloria o de la perdición. Estamos muy cansados, lo sé, por eso no podemos esperar más, ni un segundo más. Son muchos años de pelear desde que nos levantamos contra don Porfirio. Luego, ya ven, peleamos contra los colorados de Orozco, contra los pelones de Huerta, contra los carranclanes de Carranza. Hoy nos toca partirles su madre a los gringos, ni modo. Hemos peleado contra todo y contra todos, pero siempre por el mismo ideal, nuestro ideal no ha cambiado para nada. Es la causa del pueblo, la que obligó a don Francisco Madero a levantarse en armas contra la tiranía. Quiero decirles que Madero es el hombre al que yo más he querido y respetado, por el que me inicié en este asunto de la guerra, y por quien aún sigo aquí. Por eso su foto me acompaña a todos lados, en las buenas y en las malas –y de un bolsillo de la casaca, del lado del corazón, Villa sacó una foto de Madero y la puso en alto–. Mírenla. Aquí la pueden ustedes ver. Esta foto la veo yo a cada rato y se me llenan los ojos de lágrimas y se me quitan los temores que a todos nos dan. Me digo: si él dio su vida que valía tanto, ¿por qué no yo la mía que apenas si vale? Y veo la foto y me entran las ganas de luchar por los ideales que nos dejó y de acabar hasta la extinción total de sus asesinos. Asesinos que, hoy lo sabemos, están allá –y señaló hacia tierra mexicana–, pero también, y sobre todo, están allá –y señaló hacia tierra norteamericana–. Fueron los gringos quienes nos quitaron la mitad de nuestro territorio, que hoy tanto necesitaríamos, y quienes utilizaron al traidor de Victoriano Huerta para derrocar a nuestro salvador, el presidente Madero. Así como hoy utilizan al traidor de Carranza para apoderarse del país y robarse los mejores frutos de nuestra tierra. Esos mismos gringos ladrones que pretenden manejar nuestros gobiernos a su antojo, quitar y poner autoridades como se les pega la gana y según lo dictan sus intereses económicos y políticos. Hablan de democracia, ya ustedes los han oído, pero a nosotros nos tratan como animales si llegamos a trabajar a sus tierras. Animales, bestias de carga, esclavos que sólo responden al chasquido del látigo, eso somos para ellos. O nos utilizan o nos roban o nos rocían con gasolina y luego nos prenden fuego, como acaba de suceder hace unos meses con cuarenta mexicanos que intentaban cruzar legalmente el puente del Río Bravo. ¡Cuarenta mexicanos quemados vivos por los gringos! Ahora ya andan otra vez con querernos invadir porque dizque nosotros mismos no sabemos gobernarnos, y cómo vamos a saberlo con un traidor como Carranza en la presidencia, pero no lo van a lograr porque nosotros nos les vamos a adelantar. Hoy entramos a Columbus, les partimos su madre y seguimos de frente, para que vean que no les tenemos miedo y de lo que somos capaces. Porque enseguida va a venir la verdadera guerra con ellos, apenas llegue a acompañarnos el señor Emiliano Zapata con todas sus tropas, él mismo me ha asegurado que ya no tarda. No vamos a parar hasta vengar tanta ofensa como nos han hecho los gringos, hijos de su chingada madre, a lo largo de la historia. Entonces, ya que recuperemos el rico territorio perdido y los tengamos dominados, habrá paz y progreso en México y nuestros hijos heredarán una tierra amplia, libre y digna.
![]() Foto: america-magna.blogspot.com |
Tuvo que interrumpirse porque las lágrimas ya no lo dejaron continuar, y quizá fueron esas lágrimas las que terminaron de inflamar nuestro ánimo para levantar al unísono nuestras armas:
–¡Viva Villa! ¡Viva el presidente Madero! ¡Viva México! ¡Mueran los gringos!
Nuestro éxito fue que nadie en Columbus, ni en ninguna otra parte de México o de Estados Unidos, podía tomar en serio nuestra intención. En aquel tiempo, casi todos los días aparecían notas en los periódicos de una posible invasión norteamericana a México, pero de México a Estados Unidos, ¿cuándo?
Desde que, cabalgando dentro del mayor silencio posible, cruzamos la frontera, nos adentramos en territorio americano, y vimos el tenue resplandor de la ciudad a lo lejos, yo sentí que me adentraba en el pasillo de un sueño –no se me quitó la sensación de irrealidad en ningún momento–, que estaba viviendo un privilegio único que, quizá, muy pocos mexicanos volvieran a vivir. Y, bueno, habría que revisar nuestra historia de entonces para acá.
Por ahí se veían encendidos unos cuantos faroles en las esquinas y en la estación de ferrocarril. Ladridos intermitentes de perros. La ciudad de Columbus es muy pequeña y en forma de chorizo –con todos sus edificios importantes en la misma avenida, la Bondary –, así que la estrategia era, literalmente, barrerla, destruyendo todo cuanto encontráramos a nuestro paso. Saquear el banco y una tienda llamada Lemon and Payne , muy bien surtida y, sobre todo, detenerse en el hotel Comercial para pedirle cuentas a un tal Samuel Ravel, quien le debía a Villa unos rifles Springfield que ya le había pagado.
Entramos exactamente al cuarto para la seis de la mañana, con el primer sol que despuntaba, lo sé porque uno de los tiros que disparamos le dio al reloj de la aduana, deteniendo su funcionamiento, lo vi clarito.
De un lado de esa calle principal, apenas a la entrada, estaba el cuartel con sus cerca de mil soldados todavía dormidos: se levantarían quince minutos después de que nos les echamos encima (Villa lo previó todo): el XIII Regimiento de Caballería de Estados Unidos, al mando del general Herbert Slocum. Del otro lado de la calle estaban los establos. ¡Cuidado, no se vayan a confundir, nos advirtió Villa! Luego nos dijo: al primer disparo que suelte yo, todos al galope, al grito de “¡Viva México! ¡Mueran los gringos!”, y a acabar con ellos, muchachitos.
El momento en que Villa soltó ese primer disparo al aire, hincamos las espuelas al tiempo que gritábamos: “¡Viva México! ¡Mueran los gringos!”, con el corazón enloquecido afuera del pecho y la sensación de que violábamos lo prohibido, que nos metíamos a donde nunca nadie, en esa forma, se había metido. Y, bueno, pasara lo que pasara, ¿quién nos quitaba esa emoción?
Hicimos una matazón tremebunda en el cuartel. Yo me despaché a dos o tres soldados gringos que apenas se levantaban medio encuerados de sus literas, con caras de asombro. ¿Cómo podían suponer los pobres pendejos que estaban muriendo porque los mexicanos habían invadido su país? Una vez que los acabamos, nos seguimos hacia el pueblo, a buscar otros sitios que atacar, ¿qué otra cosa podíamos hacer si ya nos sentíamos dueños del lugar? Yo por eso me seguí de filo, a todo galope, dentro de la galería de rostros convulsos que salían de las casas asaltadas, tropezándose, con niños en brazos o levantando las manos en señal de rendición, corriendo hacia todos lados como hormigas espantadas.
Entonces me di cuenta de un grave error cometido por algunos de mis compañeros: prenderle fuego a la tienda Lemon and Payne, atiborrada de artículos inflamables, lo que iluminó en forma esplendorosa la calle por la que andábamos con nuestro relajo. Y no es lo mismo echar ese relajo –pegar de gritos, tirar balazos al aire, acribillar los vidrios de las ventanas, dar vueltas como trompo en el caballo, tronarse a quien encuentra uno en el camino–, que organizar un verdadero ataque con las armas y los hombres en los puestos adecuados: exactamente lo que hizo el resto de los soldados norteamericanos que habían sobrevivido a nuestro ataque, y que todavía era un montón: atacaban con una furia desatada, como si de pronto se hubieran dado cuenta de que, carajo, estaban siendo invadidos por pinches mexicanos.
![]() Columbus, Nuevo Mexico atacada por Pancho Villa. Foto: america-magna.blogspot.com |
Villa reaccionó enseguida y reordenó sus filas. Además, acabó de intimidarlos con una estrategia muy suya: cerrar pinzas. Ya con el día encima, vimos llegar un verdadero huracán de caballos. No parecían seres vivos sino fantasmales. Miles de caballos de la División del Norte envueltos en nubes de polvo y en un sol radiante, recién nacido que, parecía, también llevaban consigo. Todos con el mismo grito, que revoloteaba en lo alto y agitaba las ramas de los árboles: “¡Viva Villa, mueran los gringos!”
Al grueso de la columna villista la protegían guardaflancos móviles que se desplazaban a saltos y eran los que más daño hacían al toparse con el enemigo porque les llegaban por todos lados.
Luego me enteré de que algunos villistas acostumbraban lazar ramas de mezquite y las arrastraban a cabeza de silla, con el objeto de levantar más polvo. Doscientos o trescientos hombres, con sus ramas a cabeza de silla, daban la impresión de ser muchos más, el doble o el triple, por la polvareda que levantaban. Algo muy teatral, pero efectivo. Como predijo Villa desde su discurso inicial: le partimos toditita su madre al xiii Regimiento de Caballería de Estados Unidos.
Antes del mediodía, ya con la ciudad conquistada, Villa nos reunió en la plaza central de Columbus y, subido en el quiosco, nos arengó:
–¡Ahora sí, muchachitos, ya encarrerados vámonos al norte, rumbo a Washington!
Toda la División del Norte respondió con un solo grito atronador:
–Viva México, mueran los gringos!
What Would Pancho Do?
Los gringos, sobretodo los muy religiosos, siempre suelen hacerse una pregunta “What would Jesús do?” (¿Qué haría Jesús?) antes de tomar una decisión trascendental. La hipocresía gringa permite que con esta frase previa se puedan cometer toda clase de atropellos pues eso es lo que haría Jesús (según ellos).
En México, debemos pensar no en Jesús o Juan Diego sino en Pancho Villa y meditar que seria lo que haría el centauro (What would Pancho do?) en diversas situaciones. Como el licenciado tiene en Infiernotitlan al alma del centauro pos decidí entrevistarlo y preguntarle su sentir sobre varios temas.
Sobre el uso del tapabocas y la PANdemia el centauro dijo: “Pese a las pocas luces de mi inteligencia me he enterado que hay unos bichitos llamados bacilos y viruses que matan al pueblo, sobre todo a los pobres que están débiles por el hambre. Sin embargo, según me han dicho los eruditos, los tapabocas no sirven para protegerlos de esos animalitos. Si les molesta el polvo al arriar el ganado o temen enfermarse pos usen un paliacate pero no gasten a lo tonto en esos tapabocas inútiles. Así pues, les recomiendo a los mexicanos que no anden usando esas porquerías que les venden los comerciantes a precios excesivos. Yo confiscaría los dineros que esos ricos han ganado lucrando con la necesidad del pueblo y con ello me aseguraría que los mexicanos no anden tan débiles y hambrientos que cualquier mugroso catarrito los lleva al hoyo.”
Sobre los hijos de Maciel el centauro opino: “El curita tiene ahora que cumplirle a todas esas señoras que engañó y preño. Yo si tuve muchas mujeres y con todas me case con todas las de la ley y vide que los hijos que procreé con ellas no anduvieran dando lastimas y pasando hambres. Tengo entendido que el curita ya murió pero en vida encabezó una banda de cuatreros llamados los legionarios. Y como esta gente tiene entierros de oro me parece correcto que se les incaute todos esos dineros y se reparta entre las mujeres del curita.”
Sobre el fraude electoral, cito lo que escribió Paco Ignacio Taibo II, que Pancho mandaría fusilar a los culpables. Así pues, no es de espantarse que cuando le pregunte, Pancho me dijo que haría lo siguiente: “A ver, muchachitos, tráiganme al grandote de Guanajuato ese, que se una al resto de los prisioneros. Búsquenme también al señor Fraugalde y a los que se dicen jueces y portan unas sotanas de cura. Y por ultimo, me traen al chaparrito, pelón, de lentes que se parece a Huerta. Bien, ya que están todos aquí, escuchen bien desgraciados. Sepan que tendrán una oportunidad de salvarse. ¿Ven como están en este frontón y que la única salida es en aquella puerta al fondo como a cien metros? Mi general Fierro, aquí presente, rara vez falla un tiro, y será el que les aplique la ley fuga. Luisito, mi ayudante, va a estar cargándo las mitigüesons de mi general Fierro para asegurar que siempre tenga parque. Esto es el justo castigo por traicionar la confianza del pueblo mexicano y robarle la posibilidad de tener un régimen democrático. Cuando lo ordene, ustedes empiezan a correr y si llegan y se salen por esa puerta pos ya la libraron. Ah, pero antes tráiganme también a ese señor que fue candidato del PRI y creo que tiene nombre de albur y que me dicen quesque es muy corredor.”
Con respecto a la maestra Chucky, el centauro comentó: “Por mucho que venero y respeto a los maestros no puedo concebir como estos se volvieron tan agachones que permiten que esta señora maneje a su antojo los dineros de su sindicato sin darle cuentas a nadie. ¡Es vergonzoso que los maestros se presten para hacer fraudes electorales! ¿Qué clase de ejemplo le ponen los maestros a los niños siendo ansina de agachones y delincuentes electorales? ¡Si van a ser ansina de coyones y criminales no merecen ser maestros y plantarse ante la niñez mexicana, que es el futuro de la nación! Y por lo que respecta a esa señora, mi general Fierro, yo se que usted es muy caballeroso y respeta a las damas. Le voy a pedir que esta vez haga una excepción pues a pesar de su condición de hembra esta señora NO es una dama. Apersónese con varios de mis muchachitos en la guarida de esta fulana, que creo que esta en San Diego, en la Alta California. Y no se preocupe si los gringos no lo dejan entrar. Usted métase igualito como le hicimos en Columbus, y me la trae aquí para que se le aplique todo el peso de la ley.”
Sobre los prestamos que le han endilgado a México el centauro declaró: “Me han explicado que estos dineros van a ser usados para beneficiar a unos cuantos, los llamados empresarios que en mis tiempos llamábamos los científicos. Yo no veo porque esos señores necesiten que los rescaten si ya están rete ricos. Tampoco creo correcto que sea el pueblo mexicano, ya de por si empobrecido por esos fulanos, el que se deba de endeudar para dizque rescatarlos. Además, según la constitución ese préstamo tiene que ser discutido y aprobado en el congreso. Tal cosa no ha sucedido. Los mexicanos, si todavía les cuelgan algo de tompiates, deben de exigir que la ley se siga y que los señores congresistas discutan este préstamo a plenitud, en foros abiertos al pueblo. Si aun así se les impone este préstamo a los mexicanos, entonces estos deben de rechazarse a pagar impuestos pues estarían pagando una deuda ilegal e injusta.”
Sobre las ambiciones de Yimi Neutron, el centauro hizo los siguientes comentarios: “Cuando yo fui gobernador de Chihuahua, mi principal preocupación fue asegurarle justicia al pueblo en mi ínsula. De ahí que reduje los impuestos a los pobres, se los subí a los ricos, expropie comida y ganado y maíz y los repartí entre los mas necesitados, mande fusilar a los borrachos y a los bandidos, y goberné para el pueblo y con el pueblo. Adonde quiera que iba se me recibía después con cariño y luego, aun cuando estaba herido, el pueblo de Chihuahua no delato mi paradero a los gringos. Me dicen que este señor Neutron es un perfumadito que gobierna en EDOMEX. Sin embargo, viendo sus meritos tal parece que estos consisten en hacerse fotografiar repetidamente en los medios con una señorita que le dicen la Gaviota. Por lo que toca a sus obras, me dicen que prefiere a los extranjeros y les ha dado a los gachupines unos contratos jugosos para hacer unos caminos elevados, de los que llaman de segundo piso. Pero de ahí en fuera no ha hecho nada en beneficio de sus gobernados. No veo por qué entonces este perfumadito cree que el noble pueblo mexicano lo debe recompensar dándole la silla. Si nada mas se ha hecho pendejo y beneficiado a los extranjeros ahora que detenta tan solo una triste gubernatura, ¿Cómo gobernara en la presidencia? Yo le aconsejo a este perfumadito que no se crea que porque lo fotografían con una niña guapa ya tiene meritos para ser presidente. A mi me fotografió Casasola estando sentado en la mismísima silla presidencial y no fui tan pendejo para creer que eso me iba a dar los meritos para gobernar a esta gran nación.”
Sobre el entreguismo de los PANistas con los extranjeros, el centauro me dijo –muy alterado—lo siguiente: “Estos señores no merecen llamarse mexicanos. ¡Cuanta sangre derramaron nuestros ancestros peleando con gachupines, gringos, y franceses con tal de mantenernos independientes y estos desgraciados nos quieren volver a imponer amos extranjeros! Estos PANistas son unos traidores a la patria y no hay nada que odio más que a un traidor. Me acuerdo bien como un traidor, Huerta, asesinó al señor Madero y destruyo nuestra democracia. Fue entonces que, en bandas milenarias, el pueblo mexicano de entonces se alzó contra ese desgraciado. Me acuerdo también que ese traidor de Huerta era un pelón, borrachín, de lentes, venia del Bajío, era muy persignado, le gustaba vestirse de general, y era un pelele de los gringos. Huerta se peló y se murió como un perro en el extranjero antes de que mis muchachitos lo fusilaran. Si los mexicanos de hoy no han sido capados entonces algún día deben de darle su justo merecido a todos estos traidores a la patria.”
Sobre Ahumada el centauro aconsejó: “Yo ya tuve queveres con estos señores que llaman argentinos. Uno quiso venadearme y descubrí el complot y el fulano acabó cadáver. Tengo entendido que a este señor Ahumada lo traicionaron los facinerosos con los que se había confabulado para levantar falsos en contra del señor López Obrador. Y me dicen que ahora anda soltando la sopa de lo que pasó y los otros cuatreros se andan desdiciendo y ¡hasta resulta que nadie conoce al señor Ahumada! Creo que el señor Ahumada y sus compañeros se merecen los unos a los otros. Por otra parte, que bueno que se vaya sabiendo la verdad y que los falsos testimonios que estos señores esparcieron se estén refutando. Yo le aconsejaría al señor Ahumada que se porte como hombrecito y que, si lo traicionaron sus compañeros, que se busque una mitigüeson de confianza, que no le vaya a fallar a la mera hora, y que la porte siempre. Tengo entendido que el principal cuatrero que lo traiciono es un fulano de Agualeguas apellidado Salinas que mal gobernó a México. Muestre un poco de tompiates, señor Ahumada, y búsquese a ese Salinas, que creo anda hasta un lugar que le llaman Dublín, que ha de estar más allá de El Paso. A un traidor no se le puede dejar con vida, señor Ahumada, porque lo va a tratar de venadear a usted. Cuando mi mismísimo compadre, Tomas Urbina, se me andaba volteando luego luego me le apersone y enviude a mi comadre. Le aseguro señor Ahumada que en todo México le aplaudirían si les libra usted de mentado Salinas de Agualeguas. Es mas, yo creo que hasta estatua le levantan, chingaos.”
Sobre su muerte, el centauro declaró: “¿Y quien dice que he muerto? Sigo vivo en el corazón de todo mexicano que tiene los huevos u ovarios para pararse y decir abiertamente: ‘esto está mal’ o ‘esto es injusto’. Soy el que le da fuerzas a los mexicanos que luchan por lo justo en las circunstancias mas adversas, con poca o ninguna esperanza de triunfar. Me encarno en todo aquel que quiere que no se mueran de hambre las viudas, los huérfanos, y los ancianos. Y soy el que le da valor a todo mexicano dispuesto a hacerse matar en defensa de su suelo, de su patrimonio, y de su raza. No señores, mientras exista un mexicano que sienta de esa manera y grite ‘¡Viva Villa!’ yo seguiré vivo y dando lata.”
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